“Escuchamos, luego, hablamos”

“Escuchamos, luego, hablamos”

¡Los seres humanos somos criaturas maravillosas! Nuestro cuerpecito es formado al ritmo de los sonidos del interior de nuestra madre. Al rededor de las 18 semanas de gestación, nuestro canal auditivo percibe los primeros sonidos, y ahí comienza una aventura de estímulos externos que nos lleva a escuchar no solo con los oídos, sino que también con el cuerpo.

Cuando nacemos, nuestra necesidad de oír se incrementa exponencialmente pues nuestra seguridad depende de que nuestra madre esté cerca. Su voz nos calma, su olor nos aquieta, su tacto nos sostiene y sentimos su amor. Cuando desarrollamos el sentido de la vista, podemos conectarnos en éxtasis mirando a nuestros padres. Rápidamente nuestro cerebro crece frente a cada estímulo sensorial. Ponemos mayor atención a los sonidos y vista para poder relacionarnos por un impulso que nos llama a la conexión con otros. A medida que pasan los meses queremos repetir las palabras que nuestros padres nos dicen. Miramos atentamente, escuchamos con los oídos y ojos bien abiertos sin emitir sonido, observamos qué ocurre y de pronto sale de nuestras boquitas un “mamá” o “papá”… palabras que son muy similares en idiomas de distinto origen.

¡Dijo mamá! ¡Dijo papá! Nuestros padres se emocionan y celebran con entusiasmo el inicio de la comunicación con nosotros. Es un evento que ellos reconocen como íntimo, único y que los llena de felicidad; yo creo que a nosotros también.

Así vamos creciendo y al llegar al año más o menos, emitimos pequeñas oraciones para expresar necesidades básicas. Luego oraciones más complejas, hasta que en unos pocos años somos capaces de tener pequeñas discusiones sobre lo que queremos y no.

Todo este tiempo hemos estado enfocados en escuchar, aprendiendo a distinguir entre un sonido y otro, su significado y la emoción que nos conecta. Si hemos sido bien estimulados, nuestra capacidad de comprensión puede ser mayor a nuestra capacidad de expresión oral. Y así vamos creciendo, rodeados por estímulos que absorbemos creando un sinnúmero de conexiones neuronales que se han tejido sin cesar desde el inicio de nuestra vida.

Me emociona profundamente la conexión que podemos desarrollar o no con nuestro medio a través del amor estimulador en nuestro entorno. Si crecemos en un entorno que conversa, ríe, llora, se enoja, se abraza, se escucha, se mira a los ojos; es decir, se comunica, tendremos el modelo para poder hacerlo nosotros mismos. Somos imitadores por excelencia, así que copiamos aquellas situaciones que nos producen placer. Cuando crecemos en un medio amoroso, tenemos más ganas de escuchar y también de hablar. Sentimos que somos valorados y aceptados, así que tenemos seguridad por decir lo que sentimos, creemos, queremos hacer. Cuando crecemos en un ambiente que no se comunica o no se comunica adecuadamente o no respeta lo que se comunica, carecemos del estímulo inicial para escuchar. Y nuestra voz se apaga, las emociones se restringen, las acciones se limitan.

Independientemente del entorno que nos rodeó, seguimos siendo humanos, y por ende, tenemos la capacidad de aprender, de conectar con nuestra esencia y trabajar aquellas áreas que no han sido estimuladas.

Podemos aprender a escuchar, a mirar a los ojos, a conectar con la emoción de los demás, a absorber el misterio de lo desconocido e integrarlo en nuestro ser… a conectarnos, a ser uno, a dar y recibir.

Si pudiéramos cerrar los ojos por un instante y simplemente escuchar, ¿qué escucharíamos distinto a lo que normalmente escuchamos?

Te invito a preguntarte, ¿qué estás necesitando escuchar hoy?

Autor: Karla Villalobos

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2 Comments

  1. Yurubi Espinoza

    hermoso y real! es muy importante la huella que dejamos los padres en nuestros hijos, ellos nos modelan y es una gran responsabilidad asumirlo, el traer hijos al mundo va mas allá de lo material. Gracias por este maravilloso mensaje.

    • Karla Villalobos

      Gracias por comentar tus reflexiones Yurubi! Los niños son grandes maestros.

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